“Cieza y la vida tradicional”
En las década de los años 50 y 60 del siglo XX se sucedieron con un ritmo acelerado una
serie de cambios en la sociedad española que la obligaron a amoldarse a unas formas y unas normas de conductas sociales inimaginables sólo unos años antes, de modo que el enorme edificio de la vida tradicional, característica típica de aquella sociedad rural que tomó forma a lo largo del siglo XIX, al superponerse a las propias del antiguo régimen, iniciaba su retroceso de forma clara y terminante después de haber pasado por el largo letargo que supuso la postguerra.
Un nuevo modelo se imponía en el momento en el que una serie de factores técnicos se replegaban y dejaban en el olvido a toda una serie de objetos materiales, junto a gran parte de la cosmología que había amparado a esa sociedad. Porque nuevas formas económicas y materiales se imponían relegando a los museos, cuando hubo suerte y no se perdieron definitivamente, a lo anterior.
Se asistió por parte de los hombres y mujeres que lo vivieron, algunos de nosotros estábamos en lo que se denomina la tierna infancia, a una ruptura, a una auténtica revolución que por imponerse en un corto espacio de tiempo y por el hecho de procurar mejoras materiales inmediatas, tardaron tiempo en tener consciencia del abrupto cambio que presenciaban.
La sociedad rural y agrícola se rompió ante la emergencia de un desarrollo industrial y urbano que en poco tiempo terminaría olvidándola. La aplicación de nuevas técnicas y nuevas maquinarias, la expansión de nuevos cultivos, el afloramiento de aguas subterráneas, el desarrollo de los medios de comunicación, con la televisión en primer lugar, la mejora de las vías y los medios de transporte..., fueron cambios que afectaron no a algunos aspectos de la vida de las personas, sino a todo el sistema, constituyendo una verdadera ruptura de las formas de vida. Ruptura evidente en los aspectos materiales pero también en cuanto a los modelos mentales que condicionaban su concepción del mundo que habitaban.
Hasta ese momento todas sus manifestaciones, desde la familiar e íntima hasta la laboral propiamente agraria, pasando por las festivas, han de ser vistas como actividades relacionadas con la tierra y con sus trabajos y frutos, que traspasaban los lindes de los modos de producción para saltar a algo más profundo y firme como son los modos de vida cuyas apoyaturas, la costumbre y la tradición, se alargaban en un tiempo pretérito muy difícil de calcular.
En tal sentido todo ha cambiado: la casa, el sentido de la familia, la alimentación, las formas de vestir, el horario del trabajo, el propio trabajo, las manifestaciones religiosas, las comunicaciones, el modo de diversión…
Desde el Centro de Estudios Fray Pasqual Salmerón hemos querido volver a traer ante nosotros algunos aspectos y algunas representaciones de aquella vida que se fue. Como es imposible componer un mosaico completo de ella, hemos formado un mosaico más pequeño compuesto por seis teselas que puedan al menos evocarnos cómo fue aquella vida, la que vivieron nuestros antepasados inmediatos.
Para ello hemos contado con seis personas que nos ofrecerán una mirada hacia la indumentaria tradicional, también un paseo a través de su imaginario y sus tradiciones, que incluyen un baño en el Segura en un día de verano con todos sus habitantes asomados en su ribera entre melocotoneros que parecen ofrecerse. Volveremos a traer las fórmulas mágicas que pretendían frenar una fuerza natural o ahuyentar el mal y recordaremos las manifestaciones materiales, artísticas y espirituales creadas y transmitidas por muchas generaciones de ciezanos junto con unas pocas leyendas que combinaban en su narración hechos reconocibles junto a elementos sobrenaturales. Y recordaremos una serie labores tradicionales, convertidas en oficios que hoy han perdido su naturaleza.
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